dimarts, d’abril 18, 2006

Algo que cocinar

Las cuatro de la mañana. Un colacao y una página en blanco. Parece que esta puñetera medicación está haciendo estragos con mi cuerpo. Me he caído en la cama tras una sesión imprevista de sexo (sólo en Nueva York, para mi desgracia) y he dormido profundamente...hasta ahora, que he abierto los ojos como platos y no paraba de dar vueltas. Así que como desde ayer tenía en mente escribirte, aquí estoy.

Es curioso cómo, después de casi cuatro años de conocernos, siempre tenemos algo de qué hablar, algo que cocinar. Nuevamente, entre fogones, surgió una tarde de intercambio de inquietudes, de miedos, de nuevas experiencias. Quién nos iba a decir que llegaríamos a estos niveles de confianza...de locos para algunos...pero nosotros ya estamos acostumbrados a que nos vean como “raritos”, ¿verdad? Lo nuestro está por encima de muchas cosas.

Te llamé y ya sabías que necesitaba un abrazo. No te lo había pedido, pero lo sabías. Conoces el tono de mi voz, complicado engañarte. Y allí estaba tu abrazo, esperando para recoger mis pedacitos en un día tonto, de esos que todavía tengo a pesar de sonreír más que llorar en los últimos tiempos. “Suéltalo, venga....” me dices, mientras me aprietas y el nudo de la garganta empieza a deshacerse. Y comienza la calma, un remanso de paz recorre mi cuerpo, la sensación de que he llegado a casa.

Hablamos de muchas, muchas cosas esa tarde. Creo que, por primera vez, nos sentimos cómodos al nombrar a esas otras personas que van pasando por nuestras vidas. Personas con nombres y apellidos, con rostros, con vidas. Personas que se cruzan en nuestro camino inesperadamente, algunas que pasan fugaces, otras que quizás permanezcan y aporten momentos de calidad a nuestra existencia...y personas que un día aparecerán y se quedarán de manera indefinida en nuestras vidas. Sé que los dos nos alegraremos por la felicidad del otro.

Una vez más, te he confesado mis miedos, mis inseguridades, mis necesidades... y ahí has estado tú, consiguiendo que no me sienta tan pequeñita, recordándome que no ponga barreras, que deje atrás las corazas, que me muestre tal y como soy...y que me deje querer, porque me lo merezco. Quiero decirte que hace mucho tiempo que tú conseguiste que yo creyese eso, que merezco ser querida, y que te estaré eternamente agradecida por ayudarme a ser la persona que soy hoy. Sabes que sin tu apoyo incondicional no habría llegado hasta aquí.

No dejaste pasar la belleza por tu lado sin apreciar todos sus matices. Nadie me ha mirado como tú. Y dudo que nadie lo haga. T’estime.

P.D: me perdonarás que no haya arreglado tus papelitos hoy. Son las seis de la mañana y creo que debería dormir...prometo hacerlo mañana sin falta :-)

1 comentari:

Hèctor ha dit...

Lo tuyo con los papelitos no tiene nombre, pero ya sabes que me encanta malcriarte. La respuesta no cabe aquí, así que un escrito es lo mínimo que podía hacer.

Besos,
Hèctor